Estupefactos por la sorpresa de que webs tan populares como Google, Fundación Mozilla, WordPress y Wikipedia —la sexta página de internet más visitada del mundo—, además de otras muchas, iniciaran una huelga sin precedentes en la mayor movilización en la historia de internet, como medida de protesta contra las leyes norteamericanas SOPA —Cámara de Representantes— y PIPA —Senado— que legislan contra las descargas digitales, la web de almacenamiento Megaupload —150 millones de clientes— ha sido clausurada por el Departamento de Justicia norteamericano y el FBI, y su fundador, Kim Schmitz, detenido en su mansión de Nueva Zelanda.
Ya sabemos que algunos congresistas se han echado para atrás, retrasando así la votación en el Senado, ante los acontecimientos del pasado miércoles y se han replanteado la Ley SOPA —Stop Online Piracy Act—, que junto a la otra Ley, la PIPA —Protect IP Act—, han demostrado ser innecesarias porque cuando los amos del mundo libre así lo deciden, les basta una patada en los derechos de los ciudadanos —sean del país que sean— para lograr sus objetivos. Que lo hagan en nombre de los derechos de los autores —como la industria de contenidos— y contra el todo gratis de internet, tampoco parece tranquilizar a nadie, ya que en una nación donde los candidatos a la Presidencia reciben enormes fortunas de entidades privadas, para poder sufragar los costes de sus campañas electorales, deja en evidencia la fragilidad de su imparcialidad. O, ¿quién daría varios millones al futuro presidente de EEUU para después no pedirle nada? Además, el asunto SGAE —en España— y la gran corrupción que se gestaba en sus despachos, deja en tela de juicio la honestidad de los gestores.
Que la detención de Shmitz se ampare en que Megaupload es una organización delictiva responsable de una enorme red de ‘piratería’ informática mundial no cuela. Todos sabemos que este servidor alojaba los archivos de sus clientes, a quienes ofrecían cuentas gratuitas y cuentas Premium —60 euros por año o 199 euros por toda la vida— de alojamiento y/o descarga. Este servicio permitía que también los propietarios legítimos de contenidos, pudieran guardar su información para mantenerla a salvo o para facilitarla a quienes quisieran en el otro confín del mundo.
El cerrojazo del gobierno norteamericano a Megaupload, es por tanto una intromisión en los derechos fundamentales de quienes pudieran guardar en ese servidor información confidencial. Ese acto, que podríamos calificar con todo el derecho de piratería mundial, se ha efectuado por la fuerza y sin estar avalado por una ley ni por un juez, atentando de paso contra la propiedad de ciudadanos de otros países, a los que han pisoteado sus derechos y a quienes sus respectivos gobiernos deberían ahora defender ante esta intromisión totalmente ilegítima.
Por otra parte, si se acusa a Megaupload de blanquear dinero y por tal motivo se la cierra, ¿no se debería hacer lo propio con los bancos que recogen y guardan —¿y se lucran?— los beneficios del narcotráfico, el contrabando de armas y la trata de blancas?
Antes veremos volar los elefantes, que un banco cerrado en un paraíso fiscal y no creo que sea por no tener jurisdicción en su país.
El sr. Obama y Cia —y por supuesto el FBI—, han puesto de rodillas una vez más a todo el mundo. El gendarme mundial no necesita permisos para hacer lo que quiera, porque nadie rechista… Bueno, unos pocos sí lo hacen.
Inmediatamente después de conocerse el cierre de Megaupload, el colectivo Anonymous, en su mayor ataque coordinado hasta la fecha, colapsó la web del Departamento de Justicia, la de la productora Universal Music y también la de la Asociación de Cine de Estados Unidos, para atacar acto seguido, las webs del propio FBI, Warner Music y la Oficina del Copyright de Estados Unidos, dejándolas inaccesibles.
A los ciudadanos de a pie, poco nos queda sino patalear un poco y boicotear siempre que podamos, todo lo que huela a norteamericano… Tarea fútil, porque al final, el mundo entero está impregnado de su aroma.
Queda además en el aire, la duda de cómo los propietarios legítimos de los contenidos alojados en el servidor, podrán recuperarlos de nuevo.
Y por supuesto, nos queda desde hoy la certeza, de que alojar en la nube cualquier contenido, es una temeridad porque el gobierno de turno puede apropiarse de ella siempre que le dé la real gana y sin pedir permiso. Esto genera un daño mayor por la desconfianza hacia las empresas que proponen a través de sus programas de ofimática guardar contenidos en el ciberespacio, amén de a esas otras que diseñan equipos informáticos basados en la nube. Desde hoy, parece más sensato guardar nuestras cosas en casa, donde los ladrones, al menos, podrían ser acusados de delito. Siempre que el asaltante no sea el Tío Sam, por supuesto.
¿Y qué pasará ahora? ¿Se acaban hoy el intercambio de archivos y las descargas digitales?
Conviene recordar que Internet fue diseñado en sus orígenes para sobrevivir a una guerra nuclear, permitiendo así que los mandatarios pudieran organizarse de alguna manera. La única forma pues de detener internet —que probablemente haya visto hoy cómo se fortalecía su tejido global— es matándolo desde su raíz. ¿Se atreverán los norteamericanos a entrar en esa guerra?
De hacerlo, probablemente las pesadillas de Vietnam o Irak serían malos sueños pasajeros en comparación.
Nadie puede detener Internet. Se demostró con el caso Napster y se pondrá de manifiesto nuevamente. Este puñetazo norteamericano en la mesa, solo ha servido para demostrar que hay mucha gente nerviosa, pero la sociedad internauta encontrará la manera de superar esta pequeña piedra en el zapato, que no le impedirá la marcha. Hay un mundo antes de internet y un mundo diferente después de internet. La única solución plausible al tema de las descargas ilegales, pasa por encontrar la forma adecuada de que los contenidos lleguen a los consumidores de una forma rápida y a un precio razonable. Las opulencias de la Industria, costeadas con el dinero cobrado abusivamente a los compradores, tienen los días contados. iTunes ha demostrado que la gente puede descargar música pagando por ella un precio razonable; Spotify suena en millones de ordenadores de todo el mundo haciendo innecesarias las descargas de esas canciones que todos pueden escuchar cuando quieran; las películas en DVD por las que pagamos hasta veinte euros, acaban en pocos meses en una cesta de rebajas en los grandes almacenes a tres euros el par… ¿Y si las vendieran desde el primer día a ese precio?
De esto es de lo que estamos hartos. Todos. Hartos de que nos inflen los precios. Hartos de comprar un cd de música por dieciocho euros y de que al poco tiempo salga otro con el mismo contenido, pero con un par de maquetas y encima más barato. Hartos de comprobar que el libro electrónico que hemos comprado —para ser legales—, vale casi tanto como el de papel y encima no funciona en nuestro lector. Hartos de que el cine cueste a la familia más que las vacaciones de verano…
A nuevos tiempos, nuevas ideas. Hay que remozarse y no criminalizar un medio capaz de llevar en un minuto a todo el mundo, algo que sucede donde las cámaras no pueden entrar; un medio que permite que jóvenes y viejos se puedan sentar juntos para acceder al mismo tiempo a una información que nunca imaginaron poder tener y compartir. Hay que buscar estrategias. Lo de cerrar servidores, no es una buena idea; ya lo hacían las dictaduras y hemos comprobado que también las democracias. Incluso las que nos parecían ideales.
Así pues, si perdemos los ideales ¿qué nos queda? En este sentido, ¿en qué se diferencia EEUU de Irán, Siria o Cuba… Por poner solo unos ejemplos?
Quizás sea el momento de ponerse las pilas para afianzar webs legales de descargas como Netflix, una plataforma de vídeo que de manera absolutamente legal ofrece películas y series por una pequeña cuota mensual. Claro que, de paso, va siendo hora también de que las velocidades de acceso a internet a través de nuestras ADSL, sean comparables a las que ofertan otros países, como Japón, comparables también en el precio.
La pregunta del millón es si cuando internet sea un espacio censurado, la gente comprará más música, irá más al cine, leerá más comprando más libros…
A todos nos debiera parecer que el poder acceder a más información en menos tiempo, es mejor por lo que nos enriquecemos… ¿En realidad, no será que no interesa que sepamos tanto porque así nos manipulan mejor? ¿No estaremos yendo de cabeza hacia la sociedad que retrató George Orwell en su novela política de ficción distópica ’1984’, donde las masas son reprimidas por la Policía del Pensamiento?
Parece incuestionable que el tal Kim Schmitz es un pájaro de cuidado a tenor de su historial, dado a conocer por los medios, pero no es eso lo que se dirime. Que los delincuentes deben pagar por sus delitos con arreglo a la ley, es una cosa.
Que robar la información privada de 150 millones de ciudadanos de todo el mundo, aunque lo haga el todopoderoso FBI, es otra bien distinta.
Y que coartar la libertad de expresión del medio más impresionante jamás concebido, es un atentado directo contra nuestros derechos.
Podría seguir, pero prefiero que sigáis sin mí, leyendo el artículo de Sergio Rodríguez, en su blog ‘El Catalejo’ del diario elmundo.es —artículo en el que estuvo sembrado por cierto—.
Él empieza su artículo, como veréis, diciendo que si la Ley SOPA hubiera existido hace diez años…
¡Pero bueno! Luego lo leéis. Estoy pensando, que si la Ley SOPA aún no existe y mira la que se ha liado, ¿qué pasará cuando la aprueben? ¿Y qué pasará en España con la Ley Sinde?
Desde luego hoy todo el mundo tiene poderosas razones para estar muy cabreado…Todo el mundo, menos Luiza, que está en Canadá 😉
Disfruta con el artículo de Sergio, que tiene más razón que un santo.
…y después lees el siguiente, que abunda un poco más.
Si has leído este artículo, puede que también le interese echar un vistazo a http://www.blogsfera.net