La hazaña de Puyol anoche en el partido de semifinales contra Alemania, fue toda una proeza. Vamos, que la ‘Roja’ ganó a los prusianos por una cabeza… muy bien amueblada según he oído, porque, aunque este héroe del que hoy habla el mundo entero trabaja habitualmente en la misma ciudad donde resido, nunca he tenido la oportunidad de tratarle.
Confieso que anoche no pude resistir diversos impulsos, que me llevaron frente al televisor de vez en cuando mientras duró el partido, pero sobre todo, cuando algunos amables vecinos míos prendieron fuego a la mecha de varios cohetes. Esa era la señal esperada, el aviso de que el gol se había producido. Obviamente, como no hubiera podido ser de otra manera, esas tracas celebraban un gol de los nuestros.
Durante las intervenciones magistrales de San Iker —que estaba por la labor y no por la Carbonero—, la ventana abierta —porque el calor era bochornoso— permitía que se colaran los ¡uyys! de miedo ante el peligro afortunadamente atajado por El Santo —si esa intervención certera de San Casillas hubiera sido en un partido contra el Barça, las exclamaciones hubieran sido de rabia y, si en cambio hubieran conseguido burlarle, habría oído bastantes cohetes— porque como es lógico, El de Móstoles era anoche el mejor portero del mundo, el que no debía permitir que por la puerta al infierno que él vigilaba, se colara ni una sola vez el diablo. Por cierto que, me pregunto si el Ayuntamiento de Casillas —la ciudad abulense— nombrará algún día a este hombre Hijo Predilecto, porque he leído por ahí —o sea, por aquí— que El Águila de Móstoles tiene sus orígenes en Navalacruz, un pueblecito de Ávila. Quede claro que no sé si ya lo ha hecho, pero por si acaso, aquí queda la idea. Además, como el pueblecito no llega a los 50 Km2 de superficie y según he visto sus habitantes no llegan a los 300, eso le permitiría quedar mejor situado en el mapa, porque ya sabemos lo que consigue una estrella del fútbol que además es el novio de una chica guapísima y en la era del marketing, hay que jugar con todas las cartas en la mano.
En fin, que ahí estaba yo. Sin querer ver pero sin poder dejar de ver ese partido tan importante para nosotros. Entretenido escribiendo algo, y con las parabólicas orientadas a la ventana, cuando sonó el esperado cohete. Un vistazo al televisor y a la repetición de la jugada oportunísima del tiburón —como le llaman sus compañeros— que tenía perfectamente claro dónde poner la cabeza. Y marcó. Tal como había adelantado el cohete. Por descontado, luego explotaron muchos más porque la ocasión lo requería. Y bueno, pues está muy bien eso de celebrar una victoria como la de anoche. Solo me hubiera gustado, que el pesado que decidió colocarse bajo mi ventana tocando de manera intermitente una vuvuzela, se hubiera paseado mientras lo hacía por el resto de la ciudad, que es bastante grande, porque cuando uno se erige en pregonero de una buena noticia, la tiene que dar a conocer a todo el mundo y no solo a unos pocos. Hasta la una y media de la madrugada no se quedó sin fuerzas para seguir tocando y hasta esa hora, yo no pude dormir más de dos minutos seguidos, que era el tiempo de descanso que se tomaba entre berrido y berrido del instrumento, el nombre de cuyo inventor sea olvidado de la memoria colectiva. Estuve a punto de asomarme para decirle que yo también me alegraba de que España hubiera ganado, pero que le fuera a tocar la vuvuzela un rato a…
Deseo que España merezca nuevamente ganar —y gane— el domingo. Pero sobre todo deseo, que este pesado se busque un desierto para predicar su alegría a los lagartos y las piedras, o que se valla a Casillas como pregonero… —que para conocer las noticias, ya están inventados los medios de comunicación…— si no, el lunes no habrá quien me levante.
Estoy muerto de sueño, y no quería escribir nada hoy, pero esto de escribir es como el comer y el rascar: basta con empezar.
Buscando por los diarios, veo que hay más vida después del fútbol —afortunadamente— y me entretengo un ratito viendo las fotografías a todo color de esa modelo paraguaya de nombre Larissa Riquelme —cuyo nombre encabeza las búsquedas en Google—, la ‘Novia del Mundial’, como la han llamado en los portales de Internet. La chica en cuestión prometió desnudarse si ganaba la Selección de su país, pero como no ganó… pues se ha desnudado también. Moraleja: Si alguien promete dar algo a cambio de algo, es muy probable que acabe dándolo todo a cambio de nada. Había pensado poner aquí una de sus fotos para que os entretuvieseis un ratito, pero como también escribo pensando en que pueden haber niños levantados —en realidad, en el ciberespacio el día nunca acaba—, pues no la pongo. En su lugar, colocaré otra que sé que os gustará más y que puede que os incite a recorrer España —ya que os gusta tanto nuestra Selección…— y sus pueblecitos perdidos en el mapa. ¿A que está muy bien pensado?
¿A que hace evocar un lugar maravilloso donde pasar un fin de semana con el móvil apagado?
Pues nada, me permito invitaros en nombre de su alcalde: www.casillas.es
Parece que la visita del Ministro Moratinos a Cuba también ha dado sus frutos —el mundo no se paraliza por el fútbol— y después de que el gobierno de La Habana haya decidido excarcelar a 52 presos políticos que forman parte del grupo de detenidos de la llamada Primavera Negra de 2003, el disidente Guillermo Fariñas, en huelga de hambre y sed desde el 24 de Febrero pasado, ha decidido abandonar su protesta. Quizás aún queden esperanzas para el pueblo cubano.
El día de hoy, pese a todo, ha sido también el que nos ha permitido conocer más formas de cocinar el pulpo. A mí particularmente, me gusta más a la gallega, tal como lo preparan en ‘Casa Pepe’, www.restaurantecasapepe.com, un restaurante de Santa Coloma de Gramenet en Barcelona que no cabe en su propia web, ya que es enorme, —no puedo ir a Galicia todos los días— donde se come de vicio, aunque también me gusta en salpicón… Pero al Pulpo Paul, que ni lo toquen. Ese pulpo pitoniso no puede volver al mar, porque fijo que acabaría en las redes de algunos pescadores que se lo venderían después a Pepe, quien lo cocinaría para que luego se lo comieran sus clientes —quizás yo entre ellos— que no sabrían que estaban cometiendo un pulpicidio, eliminando de paso el mejor amuleto de nuestra Selección… ¡No! Paul tiene que llegar a la vejez con sus ocho patas pegadas a la cabeza, en una gran pecera en la que por no faltar, ni siquiera le escatimen la presencia de una —o dos, o tres… o las que hagan faltan, porque no sé yo si los pulpos son polígamos o qué— bella y exótica pulpa —aunque no de tamarindo— con la que pueda aventurar nuevas predicciones o con la que pueda bucear agarrado de un tentáculo —y con las ventosas bien prietas— mientras con los otros siete hace lo segundo que mejor sabe hacer: el pulpo.
Parece que hay por ahí gente que no sabe perder y que ya están culpando al octópodo de su derrota. La verdad escuece, pero es imperioso entrar en contacto con ella de la forma que sea, y cuanto antes, mejor.
Y me voy a dormir, porque sospecho que el de la vuvuzela estará hoy cansado y afónico y no vendrá por tanto a darme de nuevo la serenata, así que esta noche me desquito.
Pero antes de que me caigan los párpados como plomos por el cansancio, creo que aún podré decir que lo que hoy me ha puesto la carne de gallina es el titular que dice que ‘El 41% de los alumnos se cambiaría de sitio si supiera que su compañero es gay’… ¿Esto puede pasar en la época en que más información tenemos sobre todo y si no la tenemos es más fácil de encontrar?
Honestamente creo que hay una gran dosis de hipocresía en esta cuestión, salpicada de muchas más de ignorancia. ¿Qué puede hacernos un gay si nosotros no lo permitimos? ¡Nada! Por eso los tenemos sentados al lado y no nos enteramos. ¿Qué cambia entonces al saberlo? ¡Nada!
¿Qué tememos pues realmente de ellos? ¿Que se nos contagie?
Creo que a este 41% de alumnos ignorantes, se les tendría que haber preguntado por sus notas, por el número de conversaciones profundas que tienen con sus padres y después con sus profesores —para contrastar, porque a algunos padres habría que escuchar lo que dicen a sus hijos— y habría que preguntarles también cómo les gustaría que les trataran a ellos si lo fueran o lo fueran algunos de sus hermanos —porque seguro que responderían que ellos nunca serían eso—.
Diré que en casa primero y en los colegios después, hay todavía muchas cosas de las que hablar. Obligamos a nuestr@s hij@s a respetarnos porque como sus padres, nos deben eso. ¿Y si ponemos el mismo empeño en hacerles comprender que les deben igual respeto a los demás… a los que viven fuera del entorno familiar?
No obstante creo, que eso no arreglaría gran cosa. Durante décadas, he oído hablar y leído sobre lo maravillosa que sería la vida si lucháramos por un mundo en el que todos fuéramos iguales… Y ahí está el gran error. Puede que, en el fondo seamos ya tan iguales, que sin saberlo estemos condenados a repelernos eternamente. Es pura Física.
Pese a todo, los sentimientos de tolerancia que me fueron transmitidos desde la primera teta y las conversaciones y enseñanzas que sazonaron años después todas las comidas, me impulsan a seguir luchando, día tras día… Por un mundo diferente.
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