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El Azote de Holanda

Que se vea bien la foto que muestra el salvajismo de uno de los jugadores de la selección holandesa, De Jong, y la patada que propina en el pecho a Xabi Alonso, jugador de la Selección Española.

Tras la resaca de la victoria y de las derrotas, ha llegado el momento de hacer balance —y no solo para averiguar por qué se perdió— por parte de las federaciones de fútbol de todos los países que han intervenido en Sudáfrica 2010. También deben hacerlo la FIFA y, por supuesto, las federaciones de árbitros.

Si algo ha quedado en evidencia en este Mundial, es el juego sucio empleado por la mayoría de las selecciones que han participado, deseosas de ganar a cualquier precio. Conviene recordar aquí, que el deporte ha sido presentado siempre como un manual de buenas maneras y que deportividad significa ajustarse a las normas de corrección —del deporte, se entiende— o sea, aquella antigua máxima con la que crecimos muchos, —yo también— que decía que lo importante era participar.

Este Mundial me ha dejado la certeza de que lo importante solo era ganar. Y tampoco me parecería mal, si se hubiera jugado sin la obsesión de romper las piernas a los contrarios. ¿Cuál hubiera sido la sanción para un jugador que hubiera conseguido enviar a casa, a Iniesta o a Villa? ¿La expulsión? ¿Tres o cuatro partidos sin jugar en encuentros internacionales?… ¿Y ya está?

Considero que la sanción es insignificante; la expulsión del jugador se debería producir cuando comete faltas que van contra el reglamento, pero si esas faltas son claramente atentatorias contra la seguridad de jugadores contrarios, quien debe ser expulsado es el equipo entero y el jugador debería ser procesado penalmente, como pasaría de pegarle esa patada a alguien en plena calle… ¿O acaso el fútbol está por encima de la Ley? La patada que ese bárbaro propinó a Xabi, podía haberle hecho mucho daño. Frente al juego sucio de varios jugadores, tarjeta roja a todo el equipo. Como es frecuente en el colegio, en que castigan a toda la clase si uno solo de los alumnos habla o tira pedacitos de papel al resto.

Si uno o dos jugadores de un equipo lesionan de forma flagrante a los considerados arietes del equipo contrario, —los que pueden determinar la victoria— el suyo debería ser descalificado para seguir jugando ese torneo. Si un jugador lesionado puede condicionar que su equipo no gane, el jugador que le lesionó y su equipo tampoco deben seguir participando. Sólo de esta manera, los clubes tomarían medidas drásticas para que las buenas formas volvieran al terreno de juego. Los amantes del fútbol, solo ansían ver jugadas maestras, habilidad con las piernas y la cabeza manejando el balón, buenos goles, buenas estrategias… pero no patadas y cabezazos de sinvergüenzas que se llaman a sí mismos futbolistas. Eso no es fútbol, porque rivalidad no es sinónimo de agresividad. O bien cambiamos las reglas para que metan los goles a cañonazos. Se lleven a quien se lleven por delante.

Sumamente definitoria la crónica para El País de Cayetano Ros, que no tiene desperdicio.
“España […] aguantó todo tipo de emboscadas para proclamarse campeona del mundo. Siguió fiel a su estilo hasta el final. Nunca se arrugó. A pesar de que fue el equipo más golpeado del Mundial, sufriendo 134 faltas en siete partidos, en una media de casi 20 por encuentro y propiciando que los rivales recibieran 24 tarjetas amarillas y dos rojas.

Alemania fue el único que jugó y dejó jugar a España. Cometió tan solo nueve infracciones por siete de los chicos de Vicente del Bosque en el cruce de semifinales. Como consecuencia, resultó la actuación más fluida de los españoles, la única en la que pudieron mostrar su fútbol de salón. El resto fue un campo de minas. Y el camino a sus sucesivos adversarios se lo mostró Suiza, con 17 faltas y cuatro amarillas. Honduras cometió una menos, 16, mientras que la agresiva Chile lo ascendió a 21. El cuadro de Marcelo Bielsa marcó la media más alta de infracciones, 20 por encuentro, mientras que Corea del Norte fue la selección más limpia, con 9 de media. En un puesto intermedio se situó Portugal, con 19 faltas en la cita de los octavos de final frente a España. Paraguay llegó con el mazo en el cruce de cuartos y se alzó con el récord de 23. Nadie parecía capaz de superarlo hasta que Van Marwijk reunió a sus hombres y les dijo que esa era la única manera de ganarle a España. Y a punto estuvo de conseguirlo, de haber estado más fino Robben en las dos visitas a Casillas. […] ‘Tenemos una misión desde hace dos años’, no se cansaba de repetir Van Marwijk, sin especificar que estaba dispuesto a ganar a cualquier coste, de cualquier manera, aun traicionando las esencias del fútbol holandés. Aquellas que convirtieron a los perdedores del 74 y del 78 en ganadores morales para generaciones de aficionados.”

Una vez acabado el Mundial, todo el mundo parece estar de acuerdo pues, en que las buenas maneras no se han dado en el terreno de juego de Sudáfrica 2010, salvo por la selección alemana. Los organismos responsables deben hacer ahora una autocensura de los malos modos mostrados por sus jugadores y entrenadores, —estos últimos, responsables en última instancia de alentar e incluso mantener sobre el terreno, a ninjas más que a futbolistas— que han difundido por todo el mundo cuál es su auténtica catadura deportiva.

No será necesario decir que si fuera holandés me sentiría avergonzado de mi selección, porque eso ya lo han dicho unos holandeses de nacimiento.

Johan Cruyff, analiza en su Blog para El Periódico de Catalunya las claves de este Mundial y afirma, por ejemplo, que sus compatriotas “…no han querido el balón. Y, lamentablemente, tristemente, han jugado muy sucio. Tanto que merecieron quedarse con nueve [jugadores] muy pronto, pues hubo dos entradas feas y duras que me hicieron daño hasta a mí. Me dolió […] que Holanda escogiese un camino feo para aspirar al título”.

Después de estas reflexiones de Cruyff, pienso seriamente si su colega en el banquillo, Bert van Marwijk —que quería ver pasión (¿agresividad?) en sus jugadores— no debería pensar quizás en dimitir. O tal vez debieran destituirle, como responsable final de ese mal juego, al no retirar del campo a unas bestias salvajes con botas de fútbol.

Otro holandés, Patrick Kluivert, está “avergonzado e indignado con la imagen que ha dado su selección. No puede creer que Holanda, la dulce Holanda, cometiera tantas faltas, 28, algunas de ellas de suma gravedad.” El juego de la selección holandesa “supuso una ruptura muy brusca con la tradición holandesa y no se puede hablar de espontaneidad de los jugadores de la oranje, sino de premeditación.” Y para confirmar esto, De Jong, el mediocentro del Manchester City que había clavado los tacos de su bota derecha en el pecho de Xabi Alonso, muy dolorido tras la final, confesó que «a España solo se le puede jugar duro, áspero«.

En cuanto a los arbitrajes, Cruyff afirma en el mismo Blog que “[…] el inglés Howard Webb puede generar en nosotros un estado de indignación tal, que es necesario hacer un comentario. Porque se puede arbitrar mal, equivocarte, pero lo que no se puede es crear tu propia justicia y, peor aún, inventarte una aplicación demasiado personal del reglamento. No solo dejó de expulsar a dos holandeses (incluso Robben mereció la segunda amarilla) sino que miró para otro lado en los momentos en los que debió implicarse. Una final de la Copa del Mundo merece un gran arbitraje y, sobre todo, merece un árbitro que se atreva a hacer todo lo que implica ser juez.

Creo que ha llegado el momento de dejar de hablar de fútbol, porque como comenté en un artículo anterior, no me gusta. Y ahora estoy más convencido.
Sé que se puede jugar bien sin entrar a matar en cada jugada de riesgo. Pese a ello, seguí la Final con curiosidad. No había visto nunca tanta violencia en un deporte después del boxeo, que tampoco me gusta. Así que España no solo mereció ganar por su buen juego, sino por la suciedad del juego de Holanda, que no pudo romperle las piernas a Iniesta, pese a que lo pretendiera, antes de que el manchego sentenciara el partido. La Mancha no solo produce mujeres bonitas, buenos quesos y buenos vinos,… también pergeña en sus tripas auténticos caballeros del balón como Andrés, el pálido de Albacete,… el Azote de Holanda. Espero que el resto de los holandeses, sienta tanta vergüenza de su selección —ni siquiera merece que se la escriba en mayúsculas— como esos dos compatriotas referidos, sin duda dos buenos futbolistas. Si en Holanda crece el clamor de la afición en contra de ese mal juego de sus representantes, es muy posible que el país de los tulipanes vuelva a ser la dulce Holanda y hasta puede que consiga reinar, al fin, en 2014.

Pero por pura simpatía, desearé que no sea así, ya que mi corazón volverá a estar con ‘la Roja’… aunque no me guste el fútbol.

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