Según una noticia que he conocido a través de Facua-Consumidores en acción, el Ministerio de Industria ha sancionado con 100.000 euros a Intereconomía por considerar ilícito un anuncio promocional de la cadena de televisión en el que se contraponía el día del Orgullo Gay con los «364 días de orgullo de la gente normal y corriente». El anuncio se emitió 273 veces entre el 22 de julio y el 17 de septiembre del pasado año.
La sanción, contra la que Intereconomía puede presentar alegaciones, ha sido impuesta por la Subdirección General de Medios Audiovisuales al considerarlo una infracción «grave» que vulnera el artículo 8 de la ley que incorporó al ordenamiento jurídico español una directiva comunitaria relativa al ejercicio de actividades de Radiodifusión Televisiva.
La normativa establece que la publicidad televisiva no puede atentar contra el debido respeto a la dignidad de las personas o a sus convicciones religiosas y políticas ni discriminarlas por motivos de nacimiento, raza, sexo, religión, nacionalidad y opinión.
Esta sanción es el resultado del expediente iniciado por el Ministerio de Industria el pasado mes de enero a petición de un particular, canalizado a través del Consejo Audiovisual de Andalucía.
Hasta ahí la noticia. Desde mi punto de vista, procedente. Diría más: absolutamente procedente. Y esperaría incluso, que la ley estuviese tan bien definida, que no quedara un resquicio por el que las argucias de los abogados pudieran encontrar el modo de escaparse a esa condena.
Verá. Como no tiene la obligación de saberlo, porque este territorio virtual es inmenso y usted puede estar en cualquier lugar del mundo, le diré que durante treinta maravillosos años me he dedicado profesionalmente a la radio. Pues bien, la máxima que me guió durante ese tiempo, fue siempre la del respeto a mis oyentes, que en definitiva eran una representación del resto de la sociedad. Como profesional de un medio de comunicación, tenía y sigo teniendo —aunque ahora no ejerza— la convicción de que quienes desarrollamos nuestra profesión detrás de un micrófono, de una cámara o con una pluma en la mano, estamos OBLIGADOS a respetar a las personas a quienes nos dirigimos —muchas veces sin siquiera saberlo— e incluso a aquellas que no nos prestan su atención.
Mi dogma fue y será siempre, que el púlpito desde el que nos dejan comunicarnos con las personas que nos oyen, ven o leen, no puede ni debe ser utilizado para vilipendiar a nadie, especialmente por razones de sexo, credo o raza… O por cualesquier otras razones. Diría, ya de paso, que lo mismo vale para el púlpito de las iglesias.
La comunidad gay, como la heterosexual o cuantas comunidades más quiera añadir a este recuento, son parte del mundo en que vivimos. Si delinquen forzando a las personas o a las cosas de las personas, o agreden al medio ambiente, deben ser juzgados y condenados según la ley que corresponda, pero lo que no debemos admitir, es la incitación homófoba contra un colectivo por el simple hecho de que no nos guste y sirviéndonos además, de un medio de comunicación de masas cuyo propósito, ni debería ser ese, ni permitírsele que lo fuera. De manera aviesa, me atrevo incluso a sospechar que más gente de la que nos imaginamos, oculta bajo estos ataques sus verdaderas preferencias sexuales —que son exactamente las mismas—, quizás como forma de pasar inadvertid@s. Pues nada, a manifestarse también cuando toque, pero pacíficamente y con respeto a los demás.
Por lo general, quienes estuvieron largo tiempo ocultando su verdadera naturaleza sexual manifestaron haber encontrado un gran alivio al dejar de esconderse, aunque por otra parte, ya no hay forma de esconderse de nada. El Gran Hermano lo ve todo —por supuesto, no me refiero a esa cutrez de televisión a la que solo van los desocupados con pretensiones de dar el cante, o la nota si lo prefiere, al tiempo que sacarse una pasta— y cualquier día, lás imágenes de una redada policial, la foto de un radar, una revuelta callejera filmada por la policía o la cámara de un banco en el que están robando los chorizos de turno, acaban siendo las protagonistas de todos los telediarios, mostrando también a dos personas del mismo sexo haciéndose arrumacos. Y créanlo: la abuela, la madre, el amigo…, que nunca ven a Matías Prats, le ven y le escuchan atentamente ese día de principio a fin. Y para que nadie se pierda nada, cuelgan además el vídeo en Youtube.
En definitiva: seamos más respetuosos con los demás, de los que también formamos parte cuando son otros quienes nos acusan de algo, aunque sea otra cosa. Todos somos parte de los demás de los demás, como describía magistralmente Alberto Cortez en su canción cuyo título no voy a repetir más.
Y como estamos en plena canícula y no tengo cosa mejor que hacer que escribir, me he puesto a indagar por ahí —o sea, por aquí, por internet— y vea lo que he encontrado. Después he abierto el Photoshop y he ‘emparejado’ las fotos. ¿Qué diferencias y similitudes ve usted?
¿Ya? ¿Ha hecho los deberes? ¿Y qué ha visto?
Pues le diré lo que veo yo.
La foto de la izquierda —en blanco y negro y galardonada con el Premio Pulitzer— representa la toma del islote Iwo Jima (Japón, 1945) en plena Segunda Guerra Mundial por soldados norteamericanos, que plantan la bandera atada a una cañería. La segunda foto es, obviamente, una alegoría gay sobre la primera, que vendría a significar algo así como la conquista de la cumbre del rechazo y la marginación, que también produce violencia y muertes.
Veo a unos hombres —que podrían ser mujeres o podrían ser hombres y mujeres— simbolizando con algo tan representativo como una bandera, el orgullo de la victoria tras dos arduos años de guerra y muertes (foto izquierda); veo a cuatro personas pidiendo respeto, sin violencia (foto derecha).
La bandera izquierda representa a un pueblo, el norteamericano. La bandera derecha representa a un numeroso colectivo: el de gays y lesbianas de todas las nacionalidades, razas y credos.
En las dos imágenes veo el mismo esfuerzo por lograr un objetivo.
Los primeros tuvieron que matar —y morir— hasta poder poner esa bandera. Los segundos, son torturados y ejecutados en algunos países, y despreciados en la mayoría por izar la suya.
Pero si me pide que sintetice en pocas palabras el significado de lo que veo en las dos fotos, le diré que sólo veo a varias personas ufanas por haber alcanzado una victoria…, aunque la segunda pueda parecer bastante utópica.
¿Son heteros los primeros? ¿Son gays los segundos? ¡Y qué! ¿No ponen el mismo esfuerzo para dejar una huella de su paso y pedir respeto?
Y si no estuviéramos cargados de prejuicios, ¿qué diferencias veríamos entre unos y otros?
Lo paradójico del asunto, es el conocido dicho ‘para gustos, los colores’. Los gays, lesbianas y el resto del conjunto formado por personas cuya sexualidad no pertenece al dogma hetero, han escogido una bandera cuyos colores son todos los del arco iris. ¿No es esa una forma de decir que ell@s lo respetan todo? ¿Y nosotros por qué no?
Para documentar en parte este artículo, diré que los datos históricos sobre la Batalla de Iwo Jima, los he tomado prestados de la web http://historiamundo.com y de un fantástico relato de Joaquín Toledo.
Si quiere abundar en esta batalla, le recomiendo dos pelis de Clint Eastwood que podrá encontrar en el videoclub: Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres. Ambas retratan esa batalla en la que murieron 7.000 soldados norteamericanos y 20.000 soldados japoneses. La primera ofrece la perspectiva desde el bando japonés y la segunda desde el bando norteamericano. Siempre es bueno poder tener dos puntos de vista. ¿No? Así se consigue una buena perspectiva, que es como mejor se ven las cosas.
Si ha leído este artículo, puede que también le interese echar un vistazo a mi blog en: http://www.blogsfera.net/